Por aquel entonces mi (ahora difunta) abuela vivía con nosotros, y cada vez que se acercaba al ordenador y le explicábamos que con internet éramos capaces de charlar por escrito con los familiares que tenemos en Argentina, entre otras muchas cosas, se horrorizaba y exclamaba: '¡Eso son cosas del demonio!'. Una frase que, por otra parte, había copiado de su propia abuela, que había dicho exactamente lo mismo la primera vez que vio un coche... teniendo en cuenta que vivía en un pequeño pueblo leonés a las faldas del Teleno y que murió bastante antes de empezar la Guerra Civil, nunca se supo si tuvo la oportunidad de decirlo por segunda vez.
Ahora esa abuela ya no está, y los que antes eran padres han ascendido y han heredado su cargo y también su miedo tecnológico... cosas de la genética, supongo. Porque ese internet que un día entró por la puerta de su casa jamás quisieron tocarlo, ni con un palo, y salió el mismo día en que yo me independicé. "Para buscar los números de la Primitiva ya tenemos el teletexto", me decían.
Por increíble que parezca, el teletexto sigue funcionando |
Sin embargo, la jubilación y el ansia por traficar con fotos de los nietos han sido más fuertes que ese miedo, y más efectivos que años de peroratas basadas en el mantra "Es el futuro y vosotros no sois tan viejos". Antes de acabar el año, mi padre decidió que ya era hora de apuntarse a clases de informática, mientras mi madre pedía a los Reyes Magos un smarphone. Así que sus eternas majestades vinieron cargados de 'gadgets' tecnológicos.
En poco menos de dos meses la ya ciberabuela ha conseguido poner como tono de llamada al Dúo Dinámico, manda vídeos, copia y pega mensajes y nos satura el buzón de cadenas y fotos de gatetes. Eso sin contar con la petición continua (y posterior reenvío) de imágenes y vídeos de sus nietos.
El abuelo va un poco más despacio, aunque en su defensa he de decir que lo suyo es más difícil. Manejar Windows XP a los 66 años sin haber tocado un ordenador en tu vida no es moco de pavo. Por el momento ya sabe encender y apagar el equipo; mover el ratón hacia donde él quiere (el doble click aún se le resiste un poco); explorar CDs y USBs, crear carpetas y ver las fotos de su pueblo (sí, el del Teleno) que le hemos dejado en Mis Documentos.
Me llena de orgullo y satisfacción verles tan volcados y motivados después de años de rechazo irracional, aunque sé que no va a ser fácil y que me va a tocar liderar cientos de tutorías personalizadas, en vivo y vía telefónica (el modo online creo que aún es demasiado avanzado). Y que me odiarán eternamente cuando no sepa solventarles una duda o arreglarles algún desaguisado, como el que hace unos días me planteaba mi madre: en vez de borrar un sólo archivo se cargó toda la carpeta de vídeos que tenía en la memoria. Cuando le dije era imposible de recuperar casi le da un soponcio, y cuando se enteró de que tampoco se los podía reenviar (yo, que borro toda la morralla tipo gatitos, amigos para siempre y feliz navidad que me mandan), a poco se me echa a llorar: "O sea, que he perdido el vídeo de Miguel diciendo 'ajo', el de las chirigotas de los carnavales de Cádiz, el de los chistes de Marianico el Corto...". Eso sí, ha tardado menos de cinco días en recuperarlos todos gracias a su red de contactos.
Está claro que éste es mi caso personal y que no todos los abuelos se han quedado en la era del teléfono de rueda. Algunos, mayores que los míos, son grandes genios de la informática, como los que aparecen en este artículo escrito por David G. Ortiz para Yorokobu y entre los que están Bill Gates, que roza los 60 años, o Steve Wozniak, uno de los padres de Apple, que ya pasa de los 64, unos expertos a los que ninguno nos podemos comparar.
Otros, más cercanos, son esos que no se han dejado vencer por la novedad y que, sin ser especialistas, saben manejarse con todas las versiones de Windows, la tablet, el smartphone, el reproductor de MP3 y con el mando de la TDT. Son esos los verdaderos ciberabuelos, capaces de comprarse una reflex digital y de aprender a usar Photoshop sólo para hacerse cientos de miles de fotolibros de los nietos. Podría poner como ejemplo a mi tío Paco, un grande en este campo, pero como no puedo colgar ningún link que le acredite, me he buscado a otro ciberabuelo al que entrevisté hace ya unos cuantos años, figura perfecta de lo que quiero transmitir. Se trata de Juanjo Azcárate, CEO del centro de estudios a distancia CCC y consejero en mil y una empresas e iniciativas, entre ellas la Asociación Española de Economía Digital, Adigital. En su web he encontrado esa entrevista que le hice en 2011, en la que reconoce que sus nietos son su referencia perfecta para no quedarse obsoleto.
Ahora bien, cibermadre/padre, si te encuentras en un caso como el mío, te doy tres consejos:
- Primero: ármate de paciencia y aguanta estoicamente los vídeos de gatitos que te manda tu progenitora. Es tu madre, la única que tienes, y hay que quererla como es. TRUCO: espera a tener wifi para descargarlos y que no te agote los megas mensuales de tu tarifa de datos en una semana.
- Segundo: Si le regaláis una tablet a los abuelos, aseguraos de enseñarle bien cómo funciona, que luego pasan cosas como ésta...
- Tercero: Si no tenéis tiempo de ejercer de profesores, siempre podéis plantearles un curso intensivo de fin de semana con sus nietos, los grandes nativos digitales. Si hay alguien que puede enseñarles de forma simple y sencilla, esos son ellos. Además, así podréis aprovechar para pegaros un homenaje, a ser posible lejos del mundanal ruido y con los móviles y tablets apagados.