jueves, 30 de julio de 2015

No sin mi 3G

Aunque las vacaciones de mamá aún no han llegado oficialmente, ya estamos en el pueblo. Es lo que tiene ser autónoma y llevar la oficina contigo, puedes dejar a papá de Rodríguez y huir del calor infernal de las calles de Madrid hacia los aires frescos de León. A las faldas del Teleno se duerme de maravilla, tapada y con la ventana cerrada (oh, sí, ah).

Por otro lado, las bestias pardas pueden gatear, correr, saltar, experimentar… y, como nos recomendaba no hace mucho la coach Nuria Pérez, aburrirse lejos del mundanal ruido. Eso sí, cerca de los abuelos para que mamá pueda trabajar tranquila… hasta que se dé cuenta de que no hay cobertura (¡horror!), lo peor que le puede pasar a una cibermadre.

¡¡NOOOOOO!!

Asín es, corazones. Ahora mi smartphone es menos smart que nunca. De hecho, se ha transmutado en varita zahorí buscadora de 3G, aunque en vez de apuntar hacia el suelo tengo que levantarlo hacia el cielo. Y si suena la flauta, pobre de ti si te mueves, porque perderás lo encontrado. Al final una termina con el brazo levantado en un ángulo de 147 grados, en mitad del carril izquierdo de una carretera comarcal, cargando whatsapps y correos, y rezando por que no venga ningún coche que te atropelle, desestabilizando tu postura de antena receptora.

Pero lo peor llega por la tarde, en la tortuosa hora de la papilla de frutas, con la que el pequeño Miguel no abre la boca (es más, la cierra hasta el punto en que sus labios se fusionan) si no tiene su ración de Pocoyó. “Tranquilos, vengo preparada”, dice mamá mientras saca de su bolsa tecnológica la tablet. Ya no se acuerda de los ejercicios de tai-chi que el sensei 3G le ha obligado a desarrollar a medio kilómetro del lugar donde se encuentra ahora. Por supuesto, no hay nada que hacer, Youtube no responde.

“No pasa nada, también lo traigo en el disco duro”. Pero el portátil está descargado, te has dejado el cable en Madrid y en la tele ‘de culo gordo’, desterrada al mundo rural “porque todavía funciona”, no hay conexión USB.

Con sudores fríos, mamá se dispone a entrar a matar con su cuchara de silicona y… la primera en la frente: de un manotazo, Miguel se la pone de sombrero. A falta de tecnologías, empezamos a montar el circo: los abuelos y el hermano mayor cantan grandes éxitos de ayer y de hoy mientras mamá engaña a su pobre vástago con un Aspito. Un clásico, vamos. Hora y media de reloj y un cuarto de tazón de frutas más tarde nos rendimos de forma definitiva. Un capítulo que tenemos asumido que se va a repetir día a día (dios mío), día a día.

Afortunadamente el mayor ha sabido adaptarse a la vida analógica mucho más rápido: los paseos en bici, guarrear al máximo en el huerto, el futbolín del bar… la libertad de moverse a sus anchas es más fuerte que los Angry Birds y todas las series de Clan y Boing juntas. Un año más se está asalvajando, así que, señora profesora de Dani, vaya usted preparándose para septiembre…

Y lo cierto es que, cada vez que le veo corriendo entre cardos y matojos, me da una envidia tremenda, porque mientras él descarga adrenalina yo sigo con el ‘run run’ del ‘dónde me podré conectar hoy para acabar los trabajos que me han encargado’. Me encantaría apagar el móvil, meterlo en el cajón, echarme en la tumbona desde donde ahora escribo estas líneas (incorporada, claro, y con papel y boli) y abrir el libro que me he traído “por si tengo tiempo de leer en algún momento”. Lo que viene siendo desconectar.

Cervecita y cobertura, oh, sí, ah...
Al menos me queda el consuelo de haber encontrado un pequeño reducto de 3G en la terraza del chiringuito que hay junto al río. No es mucho, pero me da para mandar y recibir correos mientras me tomo una cervecita a la sombra de una chopera. Además me han dicho que en la piscina del pueblo de al lado hay WiFi, así que me veo en bikini y pareo tecleando mientras el mayor se hace unos analógicos largos… Espero no acabar en el pilón con portátil y todo.

¿Y vosotras? ¿Podéis sobrevivir sin cobertura?


martes, 21 de julio de 2015

ON THE ROAD AGAIN

Como cada año, las vacaciones han traído su ración de “cómo leches voy a meter todo esto en el coche”. El reto aún es mayor cuando has tenido otro pequeñajo y no has cambiado tu vehículo habitual por un camión de reparto. El padre de las criaturas y yo nos hemos pasado las últimas noches jugando al Tetris en nuestra vieja GameBoy (sí, la gorda en blanco y negro) para verlo más claro.



“Me parece que vamos a tener que dejar la bici”, le digo mientras intento cuadrar una pieza con forma de L. “Ni de coña, ¿cómo no vamos a llevar la bici al pueblo, con la de espacio que tiene para correr con ella?”, me replica buscándole hueco a uno de esos palos largos que siempre salen cuando menos los necesitas. “Pues a ver cómo la encajamos con el carro de Miguel”, exclamo después de atravesar una de esas Z tan complicadas de encajar.

Al final, después de mucho esfuerzo, conseguimos un Tetris perfecto entre el maletero, bajo los pies de los niños, los huecos del copiloto, la guantera y la bandeja de atrás, con bici, carro, ropa (de verano, otoño, invierno y primavera, que como salga “el norte” nos podemos pelar de frío), alimentos varios y enseres de aseo, y, por supuesto, la bolsa tecnológica.



Encajamos a los niños y nos vamos nada más darle de comer al pequeño para que se eche la siesta y no nos dé el viaje. El mayor hace tiempo que no se duerme en el coche, aunque esté reventado. Tiene que estar muy pendiente de que no nos pasemos de la velocidad indicada por las señales y decirnos cada cinco minutos ese clásico “¿cuánto falta-falta mucho-cuándo llegamos?” que, según la leyenda, lleva entonándose desde que Moisés se llevó a los judíos de Egipto.

“¿Por qué no compramos un DVD portátil?”, pensó papá. Pero a mamá se le ocurrió otra cosa mejor para evitar un gasto y otro gadget tecnológico más en casa: investigar si la vieja tableta, esa que compramos hace tres navidades y que ya es carne de pequeñajos, soporta archivos .AVI de forma digna. Y, mira tú por dónde, dio en el clavo. Eso sí, sólo cabe una película, más que suficiente para tenerle entretenido algo más de la mitad del viaje y que no se pase las tres horas delante de la pantalla. Así que compramos un soporte de marca blanca, conectamos los auriculares del Atlético de Madrid que nos regalaron con el periódico y a rodar. Ya podemos arrancar.

¿Pero qué pasa cuando la peli se acaba? Pues que llegan otros dos clásicos: “Mamá, quiero hacer pis-tengo sed-me muero de hambre” que se fusiona a la perfección con “En la siguiente salida nos paramos, cariño-¿dónde están los bocatas?-¿qué bocatas?-los que tenías que hacer tú-¿¿¿YO???”

¿Y AHORA QUÉ COMEMOS?
Aunque siempre está la posibilidad de parar en una gasolinera con cafetería y pedir uno de esos correosos pinchos de tortilla que no le gustan a casi nadie, en esta ocasión tuvimos la suerte de llevar a mano (sin destrozar nuestro perfecto rompecabezas de maletas, pañales, bicis y demás trastos) los nuevos SuperNanos de Hero para mayores de tres años, que nos llegaron a través de la comunidad Madresfera y que nos llevamos de vacaciones.



Entre los diferentes productos que nos encontramos había unas cómodas bolsitas de yogur (con cookies, con frutos del bosque y con fresa y galleta) que nos salvaron la vida y el almuerzo. A Dani, que tiene cinco años, le entusiasmó la idea y eligió, para empezar, el Super Petit de fresa y galleta, aunque los otros dos cayeron pocos días después con similares resultados. Su veredicto: “Uy, qué rico está esto, mamá”. Yo también los caté un poco por aquello de dar una idea más clara de sabores y texturas: dulces y cremosos, son ideales para meriendas y almuerzos. Tienen algo más de cantidad que otras bolsitas de este estilo, lo cual está muy bien para grandes tragones como el que tenemos en casa, y su precio ronda los 0,90 euros. Nuestro favorito: el de frutos del bosque.



En la caja también había tres packs de gelatina, las Super Jelly de lima limón, fresa y cereza, cada uno con dos unidades, equivalentes a una ración de fruta. Otra gran ayuda, porque aunque Dani es un gran comilón, nos cuesta horrores que se meta entre pecho y espalda dos piezas diarias. Sin embargo, con las Super Jelly no hemos tenido que pelear. Estaba deseando que llegara la hora del postre para correr a la nevera a por su ración, y eso que no le gusta mucho la textura de las gelatinas habituales. Probablemente por eso le han gustado más de la cuenta, porque su textura es menos compacta que el de otras gelatinas. En cuanto a los sabores, no son precisamente suaves, más bien intensos. Nuestro favorito: el de cereza.



Por último, sacamos del fondo del embalaje el premio gordo, las Super Gomis, unas gominolas deliciosas con un 50% de fruta. Se han convertido en un juego y en un incentivo más sano que otras ‘chuches’ que le han encantado tanto a Dani como a los amigos con los que las hemos compartido… y a mamá.





Puntuemos los productos del 1 al 5:

* Las combinaciones de sabores de las bolsitas son muy acertadas. A razón de cómo Dani las devoró les damos un 5. Nuestro preferida, la de frutos del bosque. En cuanto a las gelatinas, nos quedamos con la de cereza.

* La variedad de sabores, diferenciando por producto, no es muy amplia, pero sí original en comparación con otras que encontramos en el mercado. En este campo le damos un 3, esperando que la variedad crezca.

* Contenido de fruta: Encontrar un 50% de fruta en cada uno de estos productos, gominolas incluidas, le da a la marca muchos puntos a su favor. Hay muchos niños a los que comer fruta les cuesta horrores, y con los SuperNanos se puede incluir fácilmente media ración adicional sin que se den cuenta. Por eso se ganan de nuevo un 5.

* Cada bolsa cuenta con un SuperNano diferente, niños disfrazados de superhéroes con capa y antifaz que atraen la atención de los más pequeños. Daniel se pirraba por la niña de las trenzas de las Super Gomis, aunque me da a mí que era más por el contenido de la bolsa que por el dibujo en sí. En este caso, puntuamos con un 4, porque sabemos que se les puede sacar mucho más jugo: con juegos online, aplicaciones de móvil que los tengan como protagonistas, etc.

* En cuanto al tamaño de las bolsas y tarrinas, son ideales para meriendas y postres, respectivamente. De hecho, las primeras son bastante generosas, con más cantidad de lo que se encuentra en otros productos. En este sentido, le damos un 5.



Está claro que no hay nada como la fruta de verdad, pero si tenéis problemas para que vuestros peques se la coman, este tipo de productos son un buen complemento, además de una opción muy válida y cómoda para los almuerzos del cole, meriendas fuera de casa y, por supuesto, largos viajes. Si no se abren no necesitan frío (aunque fresquitos están más ricos).

¿Y a vosotras? ¿Qué os parecen este tipo de productos? ¿Tiráis de ellos en vuestras vacaciones?