La niña creció junto con el resto de sus compañeros, se cortó el pelo y se convirtió en la empollona regordeta de clase, en la eterna delegada y, para más inri, en la primera en desarrollarse físicamente: con 9-10 años era de las más altas y robustas, ya gastaba sujetadores y sufría mensualmente la visita de la 'mujer de rojo' (siempre me gustó esa representación idílico-metafórica de la menstruación). Pero seguía siendo una niña, la misma que en los recreos jugaba más al balón que a la goma y la comba. Aunque la situación era distinta, porque los chicos empezaron a mirarla de forma diferente y a hacer comentarios hirientes sobre su busto prominente y sus caderas voluptuosas.
Por si todavía no lo habéis detectado, aquella niña era yo hace veintitantos años, carne de cañón para los abusones del colegio que salió ilesa y victoriosa (o eso creo) de aquella situación. ¿Por qué os cuento esto? Pues porque me apetece reflexionar sobre bullying y ciberbullying, siguiendo la estela de aquella jornada sobre los peligros y las bondades de las TIC en los más pequeños de la que os hablé hace unas semanas.
No recuerdo a mis padres dándome consejos sobre cómo lidiar con los chavales de clase que me insultaban y me tiraban del sujetador, algo que, creo, va a ser vital en la educación de mis hijos. Lo cierto es que me curtí a base de golpes (los de la goma del sujetador y, sobre todo, los que me lanzaban en forma de palabras despectivas), siempre con el apoyo conjunto de otros que estaban en mi misma situación. Conseguí generar una burbuja inquebrantable que me rodeaba y me protegía de esos ataques tóxicos; y contraatacaba intentando congraciarme con miembros 'estratégicos' del otro bando, como los chicos que les gustaban a las jefas del cotarro. Como se suele decir, lo que no te mata te hace más fuerte, y yo hice un callo importante en aquel colegio.
He conocido casos como el mío que han desembocado en crisis de ansiedad, trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia, y visitas regulares a psiquiatras y psicólogos... Bueno, y todos conocemos ya el caso de Diego, que con sólo 11 años decidió quitarse la vida para no tener que volver a ir al colegio. Me aterra pensar que alguno de mis hijos pueda acabar con un cuadro de este calibre y no seamos capaces de verlo, de ayudarle (el mayor me recuerda tanto a mí en aquella época). Sobre todo porque desde el punto de vista 'ciber' se nos escapan los modus operandis. Ya se sabe, en casa del herrero...
PUNTOS DE APRENDIZAJE
Dice Guillermo Cánovas en su libro Cariño, he conectado a los niños: "Podemos definir el ciberbullying como una agresión psicológica, sostenida y repetida en el tiempo, perpetrada por uno o varios usuarios contra otro, utilizando para ello las TIC. A diferencia del acoso escolar tradicional, el ciberbullying puede mantenerse durante las 24 horas del día, ya que el acceso a los dispositivos electrónicos se puede llevar a cabo en cualquier momento, a cualquier hora y desde cualquier lugar, por lo que el perjuicio para la víctima puede ser considerablemente mayor".
Es decir: el que abusa puede hacerlo en todo momento y con menos ojos que le puedan incriminar. Y el abusado, si se obsesiona, puede pasarse todo el día oyendo y leyendo improperios, que vía redes sociales pueden extenderse como la pólvora. Muy preocupante.
Aunque mis chicos todavía son pequeños, he empezado a fondear en sobre este asunto para que no me pille de improviso. Me está sirviendo de gran ayuda la web Ciberbullying.com, una web sencilla que ofrece un montón de recursos informativos y de prevención. Entre ellos hay un decálogo para que aquellos que sufren acoso a través de internet o del móvil sepan qué pasos dar para encontrar soluciones al problema. También un canal de Youtube con diversos vídeos animados capaces de explicar de forma llana todos aquellos aspectos que giran en torno a esta tóxica práctica.
También se puede consultar y descargar de forma gratuita la guía Ciberbullying: Prevenir y Actuar, elaborada por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. O el Protocolo de Actuación Esoclar ante el Ciberbullying, creado por el Equipo Multidisciplinar de Investigación del Ciberbullying (EMICI), en el que están implicadas empresas como Microsoft y Telefónica, entre otras. Aunque éstas están más enfocadas a afrontar el problema desde los centros educativos, aportan un montón de datos y enlaces que nos pueden ayudar a fondear más en el asunto. Algo más de 150 páginas cada una para leerse con detenimiento.
CONCLUSIONES
Erradicar el bullying y todos sus derivados es, de facto, imposible. Por muy nuevo que nos suene el término, es algo tan viejo como la propia humanidad. Siempre ha habido y siempre habrá abusones y abusados, tanto en el entorno escolar como en el laboral, social... es una triste realidad a la que debemos saber enfrentarnos y enseñar a enfrentar a nuestros hijos.
De hecho, intentando ver el lado 'positivo' de esta práctica ruín, encontrarse con estas situaciones a edades tan tempranas puede ser relativamente beneficioso de cara a las innumerables vicisitudes con las que uno se va a topar a lo largo de su vida. No digo con esto que haya que alentarlas, ni mucho menos, pero a mí me han servido (y me están sirviendo) para no dejarme avasallar.
Lo ideal sería que nuestros hijos funcionasen bajo los valores de la igualdad, la solidaridad, la colaboración... pero no son robots dirigidos a control remoto. Cada uno forja su personalidad según lo que ha mamado en casa pero también en la calle, en el colegio, en el equipo de fútbol...
Así las cosas, creo que hay dos pilares vitales en este campo: el primero, como ya he comentado, pasa por la educación. No sólo hacer ver a niños y adolescentes que todos somos iguales en derechos y deberes y que la vida es una Constitución (que debería serlo, pero sería engañarles, las cosas como son). También enseñarles a enfrentarse a las diversas realidades con las que se va a encontrar fuera del entorno del hogar. Que sepan que habrá momentos en los que, probablemente, lo vayan a pasar mal, pero que sean conscientes de que ellos mismos como personas son lo que más vale en este mundo; que las críticas absurdas se pueden ignorar y los abusos flagrantes se pueden denunciar. Y, sobre todo, que siempre contará con el apoyo de padres y amigos para superar cualquier mal.
El segundo es el control, un aspecto que muchos educadores deberían pulir. Por mucho que los profesores nos digan que la educación empieza en casa y que ellos sólo están en el aula para enseñar, no dejan de ser los adultos con los que nuestros hijos conviven un porrón de horas al día. Son espejos en los que mirarse y hombros en los que apoyarse durante ese tiempo de desconexión parental. Pero, sobre todo, son agentes esenciales en esta cruzada, sobre todo para detectar esos abusos flagrantes que no se deben nunca consentir y poner sobre aviso a los padres.
Por supuesto, el gran peso del control lo deben asumir los tutores, que deben estar alertas ante posibles cambios de comportamiento de sus hijos que despierten sospechas; saber qué se cuece en sus redes sociales, a ser posible con su consentimiento (es importante no perder su confianza); y mantener una comunicación más o menos fluida con ellos y con sus amigos, algo que no es fácil a medida que el niño se va convirtiendo en adolescente. Aunque sea por Whatsapp, debemos ser capaces de hacer despertar nuestro sentido arácnido, tanto si nuestro hijo es el acosado como si es el acosador.
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