Llevo varios días levantándome a las 6.30 de la mañana, otra de esas pequeñas 'ventajas' de ser autónoma y tener un horario flexible. Para animarme mientras ojeo (sí, sin H, de ojo) la actualidad del día, escucho el podcast Buenos Días, Madresfera en directo.
He de reconocer que me está sirviendo como aliciente para madrugar y ponerme al lío antes de la hora bruja pre escolar: Temas candentes, interesantes para aquel que está imbuído en el mundo maternal y paternal... y buen rollo, tanto por la parte de la dirección del programa como por los que interactúan en el chat. Da gusto madrugar así.
En uno de los últimos programas se habló de uno de esos casos complicados destacado por un titular amarillista: un chaval que había denunciado a su madre por quitarle el móvil. Al final de la historia (¡¡alerta de spoiler!!) la madre, que se enfrentaba a 9 meses de cárcel por malos tratos, salió absuelta gracias al buen juicio, nunca mejor dicho, de un magistrado que se puso en su lugar.
Un clásico que todos hemos vivido o que viviremos en algún momento. Allá va el caso figurado salido de mi mente de madre bloguera: el chico de 15 años tiene que estudiar pero en su lugar andaba dándole a la pantalla táctil. Su madre llega, le quita el cacharrito y le dice que o se pone con el examen del día siguiente o le deja un mes sin móvil. En la versión clásica de esta película el chaval refunfuña y se pone a estudiar. Pero ésta es la versión 2.0 de un muchacho problemático que ha visto por Youtube que denunciar es un buen sistema para hacerse con el mango de la sartén.
Y lo consigue, gane o pierda el juicio. Porque la sensación que se le debe quedar a una madre o a un padre (de los normales, me refiero, de esos que se desviven por sus hijos) que ve cómo su hijo vuelve a casa con una denuncia a su nombre debe ser de derrota total. Aunque todos tenemos claro quién será el verdadero perdedor a medio/largo plazo.
TE HAS CONVERTIDO EN TU MADRE
Más allá del hecho en sí, la noticia y la charla posterior en el chat me ha hecho reflexionar en voz alta al respecto. Sobre todo de cómo se demoniza a las nuevas tecnologías cuando surgen casos de este tipo, siempre asociados a jóvenes con conductas problemáticas.
Las tablets, los móviles y las consolas tienen la culpa de que los chavales no salgan a la calle; de que no hagan deporte y lleven una vida sedentaria; de que no sepan relacionarse (a la antigua usanza); de que se estén criando como un ganado de gañanes cuya máxima en la vida es conseguir millones de seguidores a base de grabar situaciones cotidianas en las que alguien es ridiculizado, insultado, vilipendiado...
Opiniones de este tipo se escuchan en los corrillos del cole, en la puerta de la academia y, por supuesto, en el también demonizado grupo del Whatsapp (qué poco se habla de su utilidad). Y esto pasa mientras seguimos dándole audiencia a Sálvame o a cualquier programa de
'tertulia' en el que todo el mundo habla a voces sin escuchar al de al
lado. O valorando más al Cristiano Ronaldo de turno que a la inventora del WiFi al mismo tiempo que nos indignamos porque un hotel o una cafetería no nos ofrece conexión gratis. ¡Que inventen ellos!, que decía Unamuno.
Pero me estoy desviando del tema. El caso es que al oírlos no puedo dejar de pensar en mi madre cuando despotricaba en mis tiempos de estudiante sobre la comedura de coco y la desconexión cerebral que nos provocaban los videojuegos de entonces. En todas aquellas señoras que miraban recelosas hacia los locales recreativos de futbolines y Neo Geos porque representaban el mal en estado puro. Cuántas de ellas andarán ahora enganchadas al Candy Crush...
Nos jode reconocerlo, a mí la primera, pero nos hemos convertido en nuestras madres. Y, a veces, miramos al futuro de nuestros hijos con la misma poca perspectiva que ellas lo hacían en esos instantes.
Porque el mal no se encuentra en la máquina, sino en la mano que la maneja y que enseña a manejar. Los chavales son altamente influenciables y, a partir de una determinada edad, no por la vía paterna. Prácticamente todo lo que no hayamos conseguido hasta los 14 años (así, a ojo) con nuestro ejemplo se perderá en el olvido, al menos hasta que vuelvan a prestarnos sus oídos de vez en cuando en un futuro lejano.
CORREGIRNOS PARA CORREGIR
¿Pero qué ejemplo les damos con las nuevas tecnologías? Que levante la mano el que coma con el móvil en la mesa. El que apalanca a sus criaturas al calor de una tablet. El que haya interrumpido la historia imaginaria de turno para contestar un mensaje... Seguramente todos lo hemos hecho en algún momento. Algunos más a menudo que otros. Y ellos nos ven y nos copian.
Quieren estar en constante conexión como nosotros, pero no pueden porque no tienen smartphone propio o tablet sin restricciones... hasta que lo tienen. Y entonces quieren recuperar el tiempo perdido.
No se trata de dárselo todo cuándo y cómo quieran, sino de que nosotros nos lo restrinjamos también, al menos durante las horas que estemos a su lado. Que les acompañemos en sus juegos en la tablet o la consola, para que sean conscientes de que también puede ser un espacio de juego en compañía y no de aislamiento puro. Que les enseñemos a navegar y a desenvolverse por la red. Hemos de concienciarles (y, mucho antes, concienciarnos) de que se debe convivir con la tecnología, no depender de ella.
Ellos son los nativos digitales, los que saben manejar una pantalla táctil desde el mismo momento en el que aprenden a utilizar sus manos. Negarles los avances del progreso y el conocimiento necesario para desenvolverse en el mundo TIC sólo perjudicará a su futuro. Y teniendo en cuenta lo rápido que pasa el tiempo, no les queda tan lejos.
Justo éstos días estoy dejando de lado un poco el móvil cuando estoy con la peque, vamos a predicar con el ejemplo :D
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