Como el año pasado fue tremendamente divertido y enriquecedor, éste tampoco podíamos faltar. Así que sacamos nuestras entradas y allí que nos fuimos los cuatro en familia, preparados para la aventura espacial que nos prometía la invitación. Según llegamos, colgaron a los peques un par de pasaportes espaciales que les irían sellando a medida que pasaran por una actividad. Eso sí, fue prácticamente imposible disfrutar de todos los talleres que nos ofrecían: caretas de marcianos; origami para hacer cohetes; creación de mochilas espaciales con materiales reciclados y de galaxias con témperas y pinceles... mucha más variedad que el año anterior.
Lo cierto es que este año nuestro hijo mayor mostró más interés por las actividades que se organizaban en la planta de arriba, centradas en temas de robótica. La empresa Arganbot, que ya estuvo el año anterior, llevó sus maletines de Lego con motores, sensores y otros complementos para iniciarse en este interesante mundo. En un extremo de la mesa, los más mayores (en torno a los 10 años) se esforzaban por fabricar robots bastante elaborados. En el otro, Dani (6 años) encontró un sitio a compartir con otra niña de su edad y allí se pusieron los dos, mano a mano, a fabricar un coche que luego tendría que correr por un circuito.
Mientras ellos se concentraban en la fabricación del vehículo, el pequeño Miguel (2 años) y su padre se metieron en un cohete de cartón con un montón de rotuladores para decorarlo y, ya de paso, también pintarse las manos y las mangas. Por allí también estaba la zona de realidad virtual, y DJ Robot dándolo todo con su mesa de mezclas. También pudimos escribir un deseo en una estrella y dejarlo volar en las paredes espaciales de Campus Madrid. Y saltar en una cama elástica hasta la estratosfera, pintarnos la cara y sacarnos fotos con cascos espaciales en un peculiar fotomatón...
Para rematar la faena, un año más tuvimos la oportunidad de disfrutar de un concierto de rock para grandes y, sobre todo, para pequeños en el auditorio de Campus Madrid. Los enanos se lo pasaron de lo lindo con Top of the Class, que nos explicaron de forma sencilla (y bajo la atenta mirada de todo el público) la evolución del rock en, más o menos, una hora y marcando como referencia la velocidad de la guitarra eléctrica: The Beatles, Bob Dylan, Blur o Rage Against the Machine fueron algunos de los que sonaron.
Así acabó una mañana de juegos, aprendizaje y hermanamiento que, esperamos, siga manteniéndose como costumbre anual. Campusitos es original, es divertido y, sobre todo, empuja a los niños a acercarse a un futuro que no es, ni mucho menos, aburrido: a la innovación, a la ciencia. Toda una declaración de intenciones que tiene como objetivo encarrilar a las nuevas generaciones hacia los sectores que nos harán crecer y evolucionar.
Ojalá en 2017 podamos repetir.
¡Feliz año nuevo para todos!
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