Hace menos de dos semanas os estuve dando la tabarra con el tema de la solidaridad a raíz de la convocatoria de Giving Tuesday, una iniciativa que aunque aún sigue funcionando, tuvo su día álgido el 29 de noviembre. Una fecha que nos muestra no sólo cuan altruistas somos, también cómo las nuevas tecnologías están cambiando los modos y las formas de la filantropía, sirviendo como herramienta para captar la atención de un público que aún tiene fe en la humanidad. Internet es y será durante mucho tiempo una gran ventana desde la que se nos muestran esas historias duras, difíciles, enternecedoras... que cuando convencen, corren como la pólvora por las redes sociales.
Una de ellas fue la que Pedro Simón escribió en esos días para El Mundo sobre Nadia Nerea, una niña con una enfermedad rara impronunciable (tricotiodistrofia) que necesitaba fondos para operaciones, tratamientos, etc. Un clásico desde el punto de vista periodístico, no lo vamos a negar, que se ha repetido cientos de veces en los medios españoles: meter a un periodista y un fotógrafo a vivir la experiencia de una o varias familias que se dejan la piel para salvar a alguno de sus miembros con el fin de que cuenten la realidad terrible que están viviendo.
El tema funcionó muy bien: se movió por redes sociales, removió muchas entrañas y ayudó a recaudar más de 150.000 euros en cuatro días. Un dinero que (supuestamente) iba a emplearse en una operación para la pequeña. Pero entonces la verdad, que también sabe moverse por la Red de redes, nos atizó a todos de lleno. Algunos especialistas en la materia no vieron muy veraz la versión publicada por El Mundo y se pusieron a rascar.
La primera en lograr darle la vuelta a la tortilla y en revolucionar a medios y redes sociales fue Ángela Bernardo para Hipertextual, una grande de la comunicación científica de la que muchos seguimos aprendiendo. Pocas horas después de su publicación, a Bernardo le siguieron los periodistas de Materia/El País Manuel Ansede y Elena G. Sevillano, que no consiguieron sino confirmar la cruda realidad: la historia de Nadia era una telaraña de patrañas que iba a explotar en los buscadores y que iba a indignar a toda una sociedad a golpe de retweet.
En diez días el caso ha generado un tráfico brutal, cerca de 100.000 entradas sólo en lo que respecta a noticias, que han sido publicadas por las principales cabeceras españolas y algunas de fuera de nuestras fronteras, como BBC, y que se han compartido hasta la saciedad. Y, como no podía ser de otra forma, esta explosión digital ha salpicado a unas cuantas personas.
Uno de los primeros en sufrir la cólera de internet fue el periodista Pedro Simón, cuya profesionalidad quedó en entredicho. Parece lógico, ¿no? Cualquier periodista debería contrastar una información antes de publicarla, es una de las pocas cosas que te enseñan en la facultad. Pero, como dice el Nuevo Testamento, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Dejo aquí la interesante visión del periodista José A. Plaza sobre los hechos desde el punto de vista profesional.
Me gustaría saber cuántos de los medios que le criticaron no han publicado nunca noticias sin cotejar (me atrevería a decir que se podrían contar con los dedos de las manos). Los medios cada vez tienen menos trabajadores -y los que quedan, con nula motivación-, gracias a la crisis y a la reforma laboral, y más trabajo, gracias a la era digital. No quiero con ello justificar el error, más bien dar un toque de atención a aquellos que no cuidan de sus recursos humanos para sacar adelante un producto de calidad. En cualquier caso, esa es otra historia que merece un post propio.
Como no podía ser de otra manera, la siguiente pieza en caer fue la del padre de Nadia Nerea, que pasó de mártir a estafador, de padre coraje a preso sin custodia. Y la madre, a renglón seguido. Según diversos medios, desde 2008 ambos recaudaron 918.000 euros en campañas de donaciones que jamás se emplearon para pagar ni médicos ni tratamientos. Cuentan los Mossos d'Esquadra que de esa cantidad sólo quedan 319.000 euros.
Desgraciadamente la gran perjudicada es la niña, que sufre una enfermedad que va menguando sus fuerzas y que no tiene cura. Un mal del que se han aprovechado sus padres prácticamente desde su nacimiento y que la ha marcado socialmente de por vida. Porque podría haber llevado una vida relativamente normal dentro de sus posibilidades y el escándalo se la ha arrebatado. Porque ha sufrido la traición más vil y la mentira en primera instancia aunque ahora sólo sienta que el mundo le ha arrebatado a sus padres. Quizás su cerebro de niña no esté asimilando de la manera correcta (o, mejor dicho, veraz) el infierno dentro de su infierno particular, pero el día de mañana la huella digital le revelará la verdad.
Finalmente, no debemos olvidar a los afectados silenciosos, aquellos que no son protagonistas del escándalo y que, sin embargo, sufren sus consecuencias: los miles de donantes que se han sentido engañados después de ceder sus bienes para dar esperanza a una niña sin esperanza. Todos ellos, probablemente, hayan perdido esa fe en la humanidad de la que hablábamos antes y no darán ni un duro más por nada ni por nadie. Igual que todos sus allegados, o que todos los que han seguido paso a paso el caso de Nadia Nerea a través de su Facebook o de su Twitter.
Algo que trae terribles consecuencias para todas esas personas que necesitan realmente de la caridad para financiar un tratamiento, una operación, una investigación para dar con el origen de su mal. Todas ellas han perdido credibilidad en los últimos diez días, y van a ver menguar unos ingresos que son vitales para su frágil existencia. No son ni una ni dos, sino miles de familias las que día tras día luchan de verdad contra enfermedades diversas de nombres extraños (y no tan extraños, todos conocemos la ELA o el cáncer, y entran dentro de este saco). Y también muchos los investigadores que trabajan en España para paliar algunas de estas lacras. Porque no todo se soluciona en Houston.
No permitamos que un escándalo perpetrado por dos estafadores sin escrúpulos arruine la difícil vida de multitud de personas (según la Federación Española de Enfermedades Raras, sólo en nuestro país hay tres millones de afectados por estas dolencias, y casi un 70% de ellos son niños y jóvenes). No perdamos ni la fe ni la esperanza, porque aunque no salgan en las noticias, ni sus casos se retuiteen hasta el infinito y más allá, tenemos que ser conscientes de que hay más gente de nobles intenciones que estafadores. Sólo hay que saber asesorarse y, como dice Emilio de Benito, donar con cabeza.
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