Después de varias semanas de intenso y agotador currele, por fin puedo decir que tengo un viernes de verdad de la buena (¡OH, SÍ, AH!), de los que tienen un sábado detrás... y un domingo, claro. Un fin de semana para mi uso y disfrute que servirá para celebrar cumples (¡Japi Berdei, Bea!) y, sobre todo, para descansar.
¿Y qué sintonía se me viene a la cabeza a medida que voy asimilando esta información? Pues la que aquí os dejo: 'We're not gonna take it' de Twisted Sister.
El himno de estos glamurosos neoyorkinos, que llevan dando caña desde 1973, no se agota pasen los años que pasen. En España, en aquellos tiempos de transición en los que nadie estudiaba inglés ni de casualidad, algunos de sus fieles, presentes en todos sus conciertos, empezaron a corearla con una versión libre: 'Huevos con aceite', una 'spanglish liric' que se extendió como la pólvora y que el propio grupo terminó asumiendo.
Tanto que cuando tocan en zona hispana nunca falta, ni la canción real ni la versión gastronómica.
Hoy no me voy a enrollar, mi cuerpo y mi mente piden cama, pero para los que se quedan con ganas de conocer más sobre esta banda y esta canción en concreto, dejo un post que +José Antonio Plaza (@Plaza_Bickle para los tuiteros y papá para mis pequeñuelos) escribió hace ya algún tiempo para el blog Canciones de Buen Rollo. Un gran site para deleitarse musicalmente y para inspirarse los jueves por la noche.
Arranca un nuevo día. Me levanto, y antes de que se despierten las fieras voy al baño a tener una micra de intimidad. Me lavo la cara con agua bien fría y me miro en el espejo. Me doy cuenta de que tengo un incipiente bigote, pero no es momento de retirar pelos de la cara, porque los peques tienen que ir al cole y vamos, como siempre, contrarreloj.
Una hora más tarde están empaquetados en el coche en perfecto estado de revista, con papá de chófer. Me despido y doy por inaugurada la jornada laboral. Enciendo el ordenador y mientras carga, paso por el baño. Me doy cuenta de que no sólo tengo bigote, sino que, además, empiezan a asomar pelillos en el entrecejo. Pero no es momento tampoco ahora, los clientes esperan sus reportajes a tiempo.
Katy Perry, tú sí que sabes cuándo es el mejor momento para calentar la cera
Pasa la mañana a golpe de tecla, Google mediante, y con el teléfono en la oreja. De vez en cuando, en mis momentos de asueto, ojeo alguna web de compra colectiva en busca de ofertas aprovechables. "¡Cáspita, depilación láser! ¡Seis sesiones por 10 euros!". Se me pone la cara como al emoticono del whatsapp con los ojos en blanco y las manos en los carrillos... Uff, ¿a diez kilómetros de mi ubicación? Me viene fatal. ¿Cuándo inventarán la depilación por teletransporte? ¿O los smartphones con luz pulsada? Si es que estamos superatrasados.
Como y salgo pitando a la guarde, y de ahí al cole, meriendas, piscinas, inglés (el acento es importante, sobre todo en este post), la compra... y vuelta a casa casi a la hora de cenar. Llega papá justo a tiempo para dar papillas, contar cuentos y a la cama. Y entonces, sólo entonces, vuelvo al baño, a mirarme en el espejo. Aparte de ojeras, tengo bigote y entrecejo, y demasiado cansancio para poner a calentar la cera.
Frida, una artistaza con bigote y entrecejo
Día tras día se repite la misma película, como le pasaba a Shrek en Felices para Siempre. Y cuando llega el sábado y me miro en el espejo, me doy cuenta de que ya he pasado al nivel Frida Kahlo, eso sin contar con la tímida perilla que empieza a crecer. Pero no es momento, que voy de comida familiar y no mola nada parecer un hincha del Atletic sin pintura. "Ya lo haré mañana antes de irme a la cama, así empiezo la semana con la cara despejada".
Por supuesto, las palabras se las lleva el viento.
Arranca un nuevo lunes, martes, miércoles, jueves... el viernes, que hace bueno, bajamos a la urba para que los niños jueguen y las mamás y papás nos pongamos al día. Entre un pilla-pilla y un escondite, una de mis vecinas (en el fondo, gran inspiradora de este post) me comenta: "¿Nunca te ha pasado eso de que te miras en el espejo y te ves el bigote pero luego tardas mil años en quitártelo porque nunca tienes tiempo?". Al principio pienso que va con segundas, pero fijándome atentamente veo su labio superior sombreado, igual que ella se percata de que yo estoy en la misma situación. Acto seguido, nos fundimos en un abrazo de hermanamiento, uno de esos que demuestran ese dicho de 'mal de muchos, consuelo de tontos'.
Y es que a estas alturas del mes, yo ya he alcanzado el nivel Macario, ese en el que hasta tu chico, que jamás se da cuenta de que has cambiado de look aunque te conviertas en Lisbeth Salander (la loca de los piercings y tatuajes de la saga Millenium), te hace algún comentario diplomático: "Cariño, ¿no deberías quitarte esos 'pelillos' del bigote?".
¡¡Ay, qué poco contenta entooyyyyy!!
"De mañana no pasa", digo para mis adentros. Pero vamos que si pasa, de largo. Empiezo a plantearme organizar reuniones con clientes vía Hangouts o Skype y ponerle a la cámara del portátil un filtro que me borre los pelos (y ya, de paso, que me quite alguna arruga). Lo peor de todo es que en el horizonte cercano se vislumbra una rueda de prensa en la que tendré que dar la cara sí o sí. Así que no me queda otra.
De mayor quiero ser como Conchita
Justo la noche anterior al evento, cuando los niños ya están acostados y yo estoy prácticamente transmutada en Conchita Wurst, saco todo mi arsenal pegajoso y me pongo al lío... o mejor dicho, me lío: para hacer tiempo mientras la cera se calienta en el micro (tres minutos), me echo una partidilla al Candy Farm que se alarga sin medida. Tanto, que cuando voy a sacar la cera, ya se ha vuelto a enfriar. La historia se repite un par de veces más hasta que, por fin, llego de nuevo frente al espejo, ese que me avisa y al que nunca quiero escuchar, con la cera caliente y mi rostro preparado para un cambio radical.
El caso es que con seis o siete 'ris ras' de cera y algún que otro 'clic clac' de pinzas vuelvo a ser yo misma. Como muchísimo, 10 minutos de sufrimiento intermedio que tampoco deberían ser tan difíciles de sacar, ¿no? Pues a mí no me da la vida, y sé que ni mi vecina ni yo somos las únicas, ¿verdad?
Nunca fui una pionera del metal, a pesar de haber nacido el mismo año en que Barón Rojo sacaba su 'opera prima', Larga vida al rock and roll. Y, además, en el seno de una familia pseudo vallecana (vamos, que llegaron del pueblo para asentarse en este insigne barrio madrileño).
Cuando llegué a la universidad, apenas conocía medianamente bien a Metallica y AC/DC. Fue entonces cuando el padre de mis dos becerrillos me abrió las orejas a un mundo musical fascinante que me inspiraba y me hacía volar... sin drogas, ¿eh?
En aquellos días conocí a Mötley Crüe (porque este #VDLN va de Mötley Crüe, no de los blueseros Dr. Feelgood, no vayáis a liaros), unos 'jovenzuelos' de Los Angeles de largos cabellos cardados, mayas, cadenas y tatuajes, que llevaban prácticamente tocando un cuarto de siglo cuando yo los descubrí. Sabía de su existencia gracias a la mediática relación de su batería, Tommy Lee, con la exuberante Pamela Anderson. Es decir, conocía su vida sexual antes que la musical. Y cuando la última llegó a mis oídos en forma de 'Greatest Hits', no quise saber de ninguna otra banda en mucho tiempo.
Entre mis temas favoritos de los angelinos está, como ya habréis adivinado, Dr. Feelgood, un medio tiempo buenrrollero incluido en un disco homónimo publicado en 1989 que se colocó en el primer puesto del Billboard 200 de EE.UU. De hecho, son muchos los que consideran que es el mejor disco de la banda. Producido por Bob Rock, contó con la colaboración de invitados estelares, como Brian Adams o Steve Tyler. Lo curioso del asunto es que se grabó cuando no había nada de 'feelgood' entre los miembros de la banda, después de muchas terapias de desintoxicación. Es más, se dice, se habla, se comenta que cada uno grabó su parte por separado para evitar un conflicto mayor. Sobra decir que fue el último gran disco de Mötley Crüe.
DE LA MÚSICA A LA LITERATURA
Tal fue el interés que suscitó la banda en mí que pronto cayó en mis manos, en forma de regalo de cumpleaños, un libro que a todos recomiendo: Los Trapos Sucios, la biografía de Mötley Crüe como banda contada por sus propios miembros. Mientras leía sus escarceos con el sexo, las (muuuuuchas) drogas, el alcohol, los coches a 200 kilómetros por hora... en definitiva, sus Dr. Feelgoods particulares, me preguntaba una y otra vez cómo era posible que siguieran vivitos y coleando.
Son dignas de lectura sus peleas con Axl Rose (líder de Guns'n'Roses) y
sus tejemanejes con otros amantes de la laca norteamericanos: Hanoy
Rocks
El cantante, Vince Neil, cuenta cómo le faltó un pelo y medio para matarse en un accidente de tráfico; Nikki Sixx, bajista y líder de la banda, también explica con pelos y señales cómo estuvo a punto de irse al otro barrio después de una sobredosis. El más sano (o menos perjudicado) es el guitarrista Mick Mars, uno de los que más desmejorado está a causa de una espondilitis anquilosante, una enfermedad degenerativa de los huesos que le tiene medio destrozado y que muchas veces le ha impedido tocar. Aunque también tuvo que desintoxicarse antes de grabar Dr. Feelgood. Y Tommy Lee tampoco ha llevado una vida monacal, que digamos. Sobrevivió a Pamela, qué más podemos decir.
EL APUNTE
No se puede cerrar este post sin mostrar algunos de los solos de batería de Lee, amante, sin duda, de los parques de atracciones y de tocar cabeza abajo.
Creemos que antes de estos conciertos que aquí os dejo, el 'drummer' cambiaba la cocaína por la biodramina... Si a mí me meten ahí sin drogas de ningún tipo, vomito a la primera vuelta, fijo.
Este último es un poco largo, pero digno de ver. El circo que monta para lucirse es espectacular.
Esta semana me quiero sumar al carnaval de blogs Viernes Dando la Nota, que he descubierto en los últimos días a través de las redes sociales. El tema musical siempre me ha tocado la fibra, y como encima me dejan hablar de melenudos a mi bola en un medio tecnológico, el interés se multiplica por cinco.
No sabía con qué canción darle color a mi puesta de largo. Después de mucho pensar, me he decantado por la primera canción de rock que le gustó de verdad al pequeño Dani, que no es, ni más ni menos, que 'I was made for lovin you' de KISS, un temazo de 1979 incluido en su álbum 'Dinasty', que vendió millones de copias.
Dani, que ahora tiene cinco años, se aprendió el estribillo de la canción cuando estaba en la guardería, y me amenizaba el camino de vuelta a casa cantándolo una y otra vez. Tanto le gustaba que terminó como melodía del móvil de mamá. Y ahí sigue. Eso sí, sólo para cuando llama papá (Judas Priest y su 'Breaking de law' son los que mandan en mi smartphone).
Por supuesto, de ahí saltó a otras grandes composiciones de la banda, como 'Shout it out loud', 'I wanna rock'n'roll all night', 'Lick it up'... todas ellas de estribillo facilón, lo mejor para captar a los pequeñajos a la causa rockera. Hasta aprendió a pedirle canciones al camarero de un bar heavy que frecuentábamos hace unos años: "Jose, ponme una de los KISS", decía el enano con dos años.
Gene Simmons, ese abuelo dulce y delicado que todo niño querría tener
CURIOSIDADES VARIAS
Este medio tiempo compuesto por el cantante y guitarrista de la banda, Paul Stanley, ha destacado en la industria musical por ser la perfecta simbiosis entre rock duro y música disco. Una música disco que sus fans repudiaban por aquel entonces y que consiguieron meterles entre ceja y ceja sin despeinarse.
De ello se ríen en la película 'Detroit Rock City', que aquí se llamó 'Cero en Conducta', un largometraje de 1999 ambientado en el año 1978 (un año antes de la publicación de la canción en cuestión). Trata de cuatro chavales se van de 'road trip' para ver un concierto de KISS. Por el camino se encuentran, entre otros, a un grupo de freaks de la música disco con el que acaban intercambiando algo más que palabras.
Una de las discotequeras les comenta delicadamente que, más tarde o más temprano, los KISS también sucumbirán a los encantos del estilo que encumbró a los Bee Gees. Pero los cuatro protagonistas no pueden sino reírse en sus narices, porque sus ídolos son auténticos y nunca caerán en esas malignas redes. La gracia del asunto es que un año más tarde la banda publicaría su canción más discotequera.
Si no la habéis visto, os la recomiendo encarecidamente. Tiene una banda sonora brutal: Black Sabbath, AC/DC... y KISS, claro. Entre sus protagonistas está un jovencito (y un poco macarra) Edward Furlong. Es ideal para echarse unas risas. Pero sin niños, ¿eh? Que hay mucha palabrota y mucha escena inapropiada.Y para muestra, un botón...
Y recordad... ¡¡POR FIN ES VIERNES!! (dando la nota)
Otra vez de retrasos. Si es que, entre los niños, el curro, las fiestas del pueblo y las maletas de aquí para allá no sé ni cómo respiramos todavía...
Menos mal que ya hemos vuelto a la normalidad. Sólo nos queda acabar con las etiquetas... las de la ropa, ¿eh? No vayáis a pensar en algo digital.Ya, ya sé que hace más de una semana que empezó el cole, y casi dos desde que arrancó la guardería, pero es que cada año lo llevo peor. Encima, este curso tengo que pegar el doble porque el 'pequeño saltamontes' ya ha entrado en materia.
Todavía recuerdo cuando Dani empezó la guarde, hace ahora 5 años. Pretendí convertirme en madre coraje como la mía, que bordaba mis iniciales en todas mis prendas de ropa.. Sin embargo, teniendo en cuenta mis limitados conocimientos de costura y la enorme pila de ropa que había que marcar, lo deseché antes de terminar la primera D.
Lo siguiente fue el rotulador indeleble, rápido pero poco eficaz. Al final las letras se emborronaban, o desaparecían con los lavados, y no sabías si ponía Daniel o Federico.
La tercera opción fue la típica tira blanca para cortar y pegar con plancha. Después escribes sobre ella con el boli 'especial' que lleva incluido... ¡y listo! Hasta que lo lavas tres veces, la tira se despega y se queda en blanco. Vamos, que después de todo el trabajo de escribana y planchadora, luego te toca coser y repintar. No obstante, si alguna de vosotras ha picado y no sabe qué hacer con el rollo, sabed que este sistema es perfecto para esas tiras largas que hay que coserle a los abrigos para que los peques los cuelguen en sus percheros. Es para lo único que me ha servido a mí.
Como de costumbre, la blogosfera trajo a mí la solución. A través del blog de Midibu4U conocí la empresa Stikets, fundada por dos mamás residentes en Barcelona que estaban tan hartas como yo del momento etiqueta. Stephanie Marko y María José Rivas llevan desde 2010 'fabricando' sencillas, a la par que originales, estampas con los nombres de cientos de niños que tienen que llevar su ropa y su material escolar marcados a las aulas.
Tienen etiquetas grandes, pequeñas, para ropa, para libros, para lápices, para zapatos, maletas... y no sólo eso. En su tienda online también puedes encontrar pulseras identificativas para niños despistados que se pierden fácilmente, y un montón de vinilos, algunos de pizarra para pegar en las paredes de los peques y que estos puedan pintar y repintar todas las veces que quieran.
Yo, por el momento, sólo les he comprado etiquetas para ropa. El año pasado encargué tropecientasmil y todavía las estoy aprovechando. De hecho, en este curso se las estoy pegando también a las prendas del pequeño, una técnica fatal para fomentar su autoestima, evitar comparaciones y todos esos rollos, pero es que en esta casa intentamos ser prácticos y aprovecharlo todo... además, que con la cabeza que tengo terminaría poniendo las etiquetas del uno en las ropas del otro.
Las que yo tengo son termoadhesivas, o sea, van pegadas con plancha, aunque a diferencia de las tiras de las que antes os hablaba, las de Stikets no suelen despegarse. Después de mil lavados ahí siguen, con el mismo tono verde alegre y sus dibujitos. Una maravilla, vamos.
Como es lógico, no es ésta la única empresa dedicada a comercializar las odiosas etiquetas. Internet nos ofrecé varias opciones a valorar, somo Soyde, Marcaturopa.es, Petit Fernand o StickerKid, aunque son algo menos económicas.
¿Alguna de vosotras ha probado estas etiquetas? ¿Cuál ha sido vuestra experiencia?
También me han hablado de sellos de caucho con tinta específica para marcar textiles, ¿alguien puede decirme si funciona? Podría ser interesante para la ropa interior, aunque los precios que veo por la Red no son especialmente económicos para probaturas.
Os deseo a todas (y todos) un feliz arranque de curso sin mocos ni piojos... ¡Y que las etiquetas os acompañen!
Aunque las vacaciones de mamá aún no han llegado oficialmente, ya estamos en el pueblo. Es lo que tiene ser autónoma y llevar la oficina contigo, puedes dejar a papá de Rodríguez y huir del calor infernal de las calles de Madrid hacia los aires frescos de León. A las faldas del Teleno se duerme de maravilla, tapada y con la ventana cerrada (oh, sí, ah).
Por otro lado, las bestias pardas pueden gatear, correr, saltar, experimentar… y, como nos recomendaba no hace mucho la coach Nuria Pérez, aburrirse lejos del mundanal ruido.
Eso sí, cerca de los abuelos para que mamá pueda trabajar tranquila… hasta que se dé cuenta de que no hay cobertura (¡horror!), lo peor que le puede pasar a una cibermadre.
¡¡NOOOOOO!!
Asín es, corazones. Ahora mi smartphone es menos smart que nunca. De hecho, se ha transmutado en varita zahorí buscadora de 3G, aunque en vez de apuntar hacia el suelo tengo que levantarlo hacia el cielo. Y si suena la flauta, pobre de ti si te mueves, porque perderás lo encontrado. Al final una termina con el brazo levantado en un ángulo de 147 grados, en mitad del carril izquierdo de una carretera comarcal, cargando whatsapps y correos, y rezando por que no venga ningún coche que te atropelle, desestabilizando tu postura de antena receptora.
Pero lo peor llega por la tarde, en la tortuosa hora de la papilla de frutas, con la que el pequeño Miguel no abre la boca (es más, la cierra hasta el punto en que sus labios se fusionan) si no tiene su ración de Pocoyó.
“Tranquilos, vengo preparada”, dice mamá mientras saca de su bolsa tecnológica la tablet. Ya no se acuerda de los ejercicios de tai-chi que el sensei 3G le ha obligado a desarrollar a medio kilómetro del lugar donde se encuentra ahora. Por supuesto, no hay nada que hacer, Youtube no responde.
“No pasa nada, también lo traigo en el disco duro”. Pero el portátil está descargado, te has dejado el cable en Madrid y en la tele ‘de culo gordo’, desterrada al mundo rural “porque todavía funciona”, no hay conexión USB.
Con sudores fríos, mamá se dispone a entrar a matar con su cuchara de silicona y… la primera en la frente: de un manotazo, Miguel se la pone de sombrero. A falta de tecnologías, empezamos a montar el circo: los abuelos y el hermano mayor cantan grandes éxitos de ayer y de hoy mientras mamá engaña a su pobre vástago con un Aspito. Un clásico, vamos. Hora y media de reloj y un cuarto de tazón de frutas más tarde nos rendimos de forma definitiva. Un capítulo que tenemos asumido que se va a repetir día a día (dios mío), día a día.
Afortunadamente el mayor ha sabido adaptarse a la vida analógica mucho más rápido: los paseos en bici, guarrear al máximo en el huerto, el futbolín del bar… la libertad de moverse a sus anchas es más fuerte que los Angry Birds y todas las series de Clan y Boing juntas. Un año más se está asalvajando, así que, señora profesora de Dani, vaya usted preparándose para septiembre…
Y lo cierto es que, cada vez que le veo corriendo entre cardos y matojos, me da una envidia tremenda, porque mientras él descarga adrenalina yo sigo con el ‘run run’ del ‘dónde me podré conectar hoy para acabar los trabajos que me han encargado’. Me encantaría apagar el móvil, meterlo en el cajón, echarme en la tumbona desde donde ahora escribo estas líneas (incorporada, claro, y con papel y boli) y abrir el libro que me he traído “por si tengo tiempo de leer en algún momento”. Lo que viene siendo desconectar.
Cervecita y cobertura, oh, sí, ah...
Al menos me queda el consuelo de haber encontrado un pequeño reducto de 3G en la terraza del chiringuito que hay junto al río. No es mucho, pero me da para mandar y recibir correos mientras me tomo una cervecita a la sombra de una chopera. Además me han dicho que en la piscina del pueblo de al lado hay WiFi, así que me veo en bikini y pareo tecleando mientras el mayor se hace unos analógicos largos… Espero no acabar en el pilón con portátil y todo.