Pero antes toca escribir una historieta de abuela cebolleta. Recuerdo en mis tiempos de niña de 6-7 años, esos en los que empezabas la catequesis para hacer la comunión, que mi madre me llevaba todos los domingos a la misa de niños. En la puerta siempre estaba, imperturbable hiciese el tiempo que hiciese, una anciana que pedía limosna. El domingo era también el día en que me daban la paga: 20 duros para invertir en lo que quisiese. Mi padre siempre me decía que los echara en la hucha; mi madre insistía en que debía darle una parte a aquella señora tan pobre que veíamos domingo tras domingo.
Al final, se hacían las dos cosas: como no podía partir la moneda (de forma literal, claro), mi madre me daba algunas monedas sueltas de duro que yo entregaba a la mujer antes de entrar en la iglesia. Y mis 20 duros terminaban en la hucha excepto cuando el kiosco estaba abierto y me daban bula para comprar cromos o chuches. De esta situación aprendí dos cosas que he puesto en práctica a lo largo de toda mi vida: a ahorrar como una hormiguita, por un lado, y a ayudar a los que lo necesitan, por otro. Signo inequívoco de que el mensaje de mis padres caló hondo.
En 30 años y a nivel personal, la película ha cambiado en la forma pero no en el fondo. A la vista está que siguen existiendo los pobres que piden limosna a las puertas de las iglesias (yo diría que cada vez son más), pero como no las pisamos salvo cuando no queda más remedio nuestros hijos no son conscientes de esa realidad. Ahora otorgamos esas ayudas económicas por internet, sin implicarnos mucho en el problema, sin verlo cara a cara. En ese sentido es mucho más difícil educar en la solidaridad de una forma racional.
No obstante, gracias a la experiencia de esta semana, mi hijo se ha enterado de muchas de las penurias que asolan el mundo y, sobre todo, que afectan a niños como él: gente que se ha quedado sin casa y sin pertenencias y que han tenido que abandonar su vida por completo por culpa de la guerra; enfermedades que no te dejan correr, que no te dejan hablar, que no te dejan ver, que te matan tengas la edad que tengas; chavales que no tienen la oportunidad de estudiar porque no tienen material ni medios para llegar al colegio (no sólo en el tercer mundo, también en España)... Situaciones difíciles de erradicar pero que, con la ayuda de todos, pueden mejorar. Una idea que he intentado inculcar a mi hijo como mis padres hicieron conmigo.
Los que me hayáis leído por redes sociales estos días habréis visto cuáles son las iniciativas con las que más hemos simpatizado. Día tras día fuimos analizando y explicando las que más nos llamaban la atención y apuntábamos en un papel una elección y el porqué de ello. Por ejemplo, el primer día nos quedamos con el proyecto que Médicos Sin Fronteras tiene abierto en Nigeria. Para Dani apoyar esta causa sería como ayudar a la familia de su mejor amigo del cole Samuel, que no sabemos si vive bien o mal, pero por ayudar que no quede.
El segundo nos llamó la atención la campaña de Cruz Roja para que todos los niños tengan juguetes. Me ha parecido interesante la respuesta que he recibido en este caso. Al peque le pareció inconcebible que haya niños que no tengan juguetes propios y quiso ayudar al instante. Sin embargo, cuando le propuse donar uno de los suyos su cara se torció y dejó de verlo claro. Conclusión: Dani es consciente de que el dinero es importante, pero no le da tanto valor como a cualquiera de sus juguetes, son posesiones muy preciadas, aunque lleve mil años sin jugar con uno concreto, y no tiene intención de desprenderse de ninguno de ellos. Desde mi punto de vista, éste es el punto que más tenemos que trabajar.
También ha puesto especial antención a los proyectos relacionados con la lucha contra el cáncer. En el último año hemos visto sufrir y hemos perdido a gente muy querida, mayores y menos mayores, por culpa de esta enfermedad, que mata y machaca cuando menos te lo esperas. Probablemente por eso Dani ha decidido dar parte de su presupuesto solidario a una de estas iniciativas: la que la Fundación CRIS quiere poner en marcha en el Hospital La Paz de Madrid para mitigar los efectos del cáncer en niños. Conclusión: si estamos implicados somos más solidarios y ponemos mayor empeño en ayudar.
Siguiendo esta estela de implicación, Dani también ha querido entregar parte de su dinero al proyecto de Medicus Mundi para mejorar un laboratorio que tienen abierto en zona saharaui para fabricar medicamentos básicos para la población. "Mamá, yo quiero ser científico y trabajar en un laboratorio como éste", dice. Pues para ello hay que mantenerlo, y para mantenerlo hay que ayudar. Dicho y hecho.
El último proyecto seleccionado ha sido el de 'Una pata, una sonrisa', de Discan: terapias con perros para niños con autismo. ¿Por qué? Nunca ha conocido a ningún niño con autismo, ni si quiera sabía en qué consistía este trastorno. Lo más probable es que haya tomado la decisión porque quiere una mascota y ya no sabe cómo decírnoslo. Eso sí, nos ha servido para acercarle a otra realidad que desconocía.
En definitiva, gracias a este experimento hemos podido enseñarle a Dani que la vida no es sólo juego y dibujos animados, que existen situaciones difíciles, unas lejos y otras a la vuelta de la esquina, en las que él puede ayudar.
¿Y nosotros? Creo que nos hemos dado cuenta de que nuestro hijo es capaz de asumir la realidad en la que vive y de que no debemos dulcificar su vida; que hay vida más allá de Clan y Boing y puede escuchar noticias sobre la guerra, la muerte, la violencia de género... situaciones terribles que no debemos esconderle, primero porque existen y, segundo, porque queremos que dejen de existir. Y para ello es vital que les enseñemos desde pequeños cuáles son los males contra los que hay que luchar.
La solidaridad es una bonita forma de empezar este camino. ¿Por qué no os animáis y participáis en Giving Tuesday con vuestros peques? Nosotros ya lo hemos hecho, hoy de forma puntual, sí, pero también mes a mes colaborando con diferentes asociaciones que consiguen que la vida sea un poco menos difícil.
¡Anímate y difunde!